“esto si es una pipa” funciona como un espejo, que si bien en principio es plano, enfrentado a la profundidad de 84 años de conceptos acumulados, a partir de Magritte, se carga instantáneamente de múltiples significados. Obviamente, ante lo indeterminado, no puede generar ninguna resignificación, más que mantener las mismas intrigas
Aquellos que jamás hayan visto una imagen del cuadro de Magritte, no estarán cerca de entender el objeto de este espacio digital.
El mensaje es efectivo solo cuando se completa con las competencias del receptor. Aunque estas nunca son idénticas a las del emisor, suele haber ciertas convenciones. De lo contrario, un poco de información será suficiente para encauzar el tema.
La traición de las imágenes
El cuadro de Magritte presenta la imagen hiperrealista de una pipa, y, junto a la imagen; el texto “esto no es una pipa”, como escrito por una maestra en un pizarrón de clase.
Son muchos los análisis que se han realizado con el propósito de resolver la supuesta contradicción que presenta este cuadro, resguardando de tal forma a Magritte de una mentira expuesta y frontal. La observación más obvia, es que la imagen de una pipa no es una pipa real, pues no se puede saborear ni fumar. Otros afirman que el texto “esto”, que a su vez es imagen, no es una pipa, de la misma forma que la imagen de la pipa tampoco lo es.
En alusión a este cuadro, Magritte dijo en una ocasión: “La famosa pipa. ¡Cómo la gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría rellenar? No, sólo es una representación, ¿no lo es? ¡Así que si hubiera escrito en el cuadro ‘esto es una pipa’, habría estado mintiendo!”
En conclusión “esto” (sin importar a lo que se refiere Magritte) no es una pipa.
Imagen y realidad
Si nos detenemos en el comentario del pintor, podemos detectar que el argumento que infiere la inexistencia de la pipa, radica, para él, en su función potencial. Es decir, la pipa es real, en tanto y cuanto tenga su capacidad potencial de ser rellenada, prendida y fumada, generando en el sujeto reacciones sensibles: el placer de fumar la pipa.
Seguramente nadie querría tener una pipa que no se puede fumar, al igual que sería absurdo tener un vino que no se va a tomar, un reloj que no marca la hora, un libro que no se va a leer, o un celular con funciones que no sabemos usar.
Sin embargo, y es aquí donde quiero poner foco, la imagen del objeto no sólo representa una función potencial, sino también una serie de atributos que el receptor proyecta sobre la imagen, que también generan consecuencias sensibles.
La imagen de un vino considerado valioso, cuyo destino no es ser tomado sino estar guardado un tiempo indeterminado, también genera sensaciones de placer en la mente de quien lo compra.
Para muchos compradores de libros, su función queda desplazada, de sus páginas a su portada, para satisfacer una necesidad de identificación mayor que la necesidad de esparcimiento que puede generar una buena lectura.
Pero esta desviación de lo que entendemos es la esencia del objeto, no debe verse como un engaño, como un efecto virtual. La función simbólica de la imagen tiene efectos sensibles en la mente y en el cuerpo humano. Es decir, el placer de quien compra un libro para sumarlo a su biblioteca, es tan válido (y se refleja en su satisfacción a través de una sonrisa) como aquel que lo lee.
Si lo llevamos a un extremo, todos estaremos de acuerdo en que la imagen de una mujer desnuda no se puede tocar, pero puede generar una erección.
Y esto puede suceder porque la imagen “realmente” no está en el cuadro, en el texto, en el afuera. La imagen, es la transformación de luz que entra a través de los ojos y, por medio de conversiones químicas, nuestro cerebro le da forma. Y, como decíamos al principio, esta imagen es única, porque se encuentra compuesta con todo el bagaje, único, de la mente de ese receptor.
Absurdo pero real, consumimos imágenes de objetos y productos sin reparar realmente en su función. Y esto se debe indudablemente a que la imagen tiene una función en sí misma. Por tal motivo, siempre y cuando se valide en la mente de quien la adquiere, será generadora de respuestas sensibles, y por lo tanto, reales.
Conclusión
La relación entre realidad y representación fue una de las constantes de la pintura de Magritte. Él insistía, mediante su pintura, en que, por real que fuera una representación pictórica, esta no dejaba de ser una ilusión. Según él, entre la ilusión y la realidad distaba un abismo insalvable.
Desde mi perspectiva, el abismo está cruzado con tantos puentes que muchos han decidido acampar de un lado por tanto tiempo, que ya no recuerdan si están de vacaciones o viven allí. La ilusión y la realidad se mezclan continuamente, alejándonos cada vez de la segunda, o mejor dicho, acercándonos a una nueva realidad.